En el año 1517, Martín Lutero inició un movimiento de carácter espiritual que tuvo un alcance y consecuencias trascendentales para la historia europea, afectando no solamente la sociedad alemana de la época, sino que se extendió en el tiempo hacia otras latitudes, generando nuevas formas de vivir y concebir la religiosidad, la sociedad y la relación entre política y religión.
La sorpresa que produjeron los tratados escritos por Martin Lutero, sobre su nueva concepción de la fe, trastocaron y trastornaron, la estructura eclesiástica de su tiempo y especialmente la teología hasta nuestros días. Sus escritos, tuvieron una orientación predominantemente cristológica, que mostraban de modo claro, su sentir y posición frente a Jesucristo y Las Escrituras.
Lutero fue un alemán que solía confesarse 6 veces al día todo el tiempo por temor a morir en sus pecados. Logró ingresar a un monasterio y se convirtió en monje luego de una loca decisión tomada durante una tormenta eléctrica en la cual creyó morir. En ese instante lo único que pensó fue que moriría e iría al infierno. [1]
De acuerdo a los historiadores, Lutero vivió una “experiencia sobrecogedora en la celebración de su primera misa, pues el terror de Dios se apoderó de él al pensar que estaba ofreciendo nada menos que a Jesucristo. Repetidamente ese terror aplastante se apoderó de él, porque no estaba seguro de que todo lo que estaba haciendo en pro de su propia salvación fuese suficiente”. [2] Arrastraba en su mente la idea de que Dios era un juez severo como lo habían sido sus padres y maestros y que en el juicio se le pediría cuenta de todas sus acciones y sería hallado falto. [3]
En su tiempo, la iglesia católica era “la única iglesia”. Solo ellos tenían la autoridad de regir, incluso vamos a encontrar que en aquel tiempo existieron papas tiranos. Era una Iglesia legalizada, mundanalizada, con un sistema ritualista de penitencias, desviada del Evangelio en su doctrina y práctica. Los papas imponían sus propias leyes, incluso sobre los gobiernos. Eran como reyes religiosos que pretendían tener la autoridad de Dios, pero en realidad no conocían nada acerca del salvador.
Convivía con esta realidad y confrontado con un sentimiento muy hondo de su propia pecaminosidad, que mientras más trataba de sobreponerse a ella más se percataba de que el pecado era mucho más poderoso que él. Esto no lo señala como un mal monje, sino que por el contrario se esforzaba por ser un monje cabal.
Esta situación de vida lo llevó a abrazar el misticismo, leyendo a los místicos, buscando encontrarse con Dios por un camino distinto, al que la Iglesia con su corrupción no le podía ofrecer.
Su acercamiento a la lectura y especialmente al ofrecer conferencias sobre la carta del apóstol Pablo a Los Romanos fue la chispa que movió a Lutero, probablemente en el año 1515, a encontrar respuesta a sus dificultades.
Esa respuesta no vino fácilmente. No fue sencillamente que un buen día Lutero abriera la Biblia en el primer capítulo de Romanos, y descubriera allí que “el justo por la fe vivirá”. Según él mismo cuenta, el gran descubrimiento fue precedido por una larga lucha y una amarga angustia, pues Romanos 1:17 empieza diciendo que “en el evangelio la justicia de Dios se revela”. Según este texto, el evangelio es revelación de la justicia de Dios.
Estuvo meditando de día y de noche para comprender la relación entre las dos partes del versículo que, tras afirmar que “en el evangelio la justicia de Dios se revela”, concluye diciendo que “el justo por la fe vivirá”.
La respuesta que encontró Lutero fue sorprendente. “La justicia de Dios” no se refiere en la carta a los Romanos, como piensa la teología tradicional, al hecho de que Dios castigue a los pecadores. Se refiere más bien a que la “justicia” del justo no es obra suya, sino que es don de Dios. La “justicia de Dios” es la que tiene quien vive por la fe, no porque sea en sí mismo justo, o porque cumpla las exigencias de la justicia divina, sino porque Dios le da este don. La “justificación por la fe” no quiere decir que la fe sea una obra más sutil que las obras buenas, y que Dios nos pague esa obra. Quiere decir más bien que tanto la fe como la justificación del pecador son obra de Dios, don gratuito”. [4]
Y es aquí donde encontramos a un Martin Lutero al que Dios le abre los ojos sobre muchas cosas que la iglesia decía pero que en el fondo no eran bíblicas. Entonces se levanta con el celo de Dios y comienza a enseñar cosas que para muchos eran nuevas. La iglesia católica comenzó a temer a este tipo de cosas, por lo cual no se quedó tranquila, a tal nivel que Martin Lutero tuvo que permanecer un tiempo escondido para no ser eliminado.
Hans Küngs afirma: “En una palabra: la nueva concepción que Martín Lutero tiene de la palabra y fe, justicia de Dios y justificación del hombre, de una mediación de Jesucristo y del sacerdocio general de todos los fieles conduce a su revolucionaria nueva concepción bíblica y cristocéntrica de toda la teología”. [5]
De su re-descubrimiento del mensaje paulino de la justificación, se desprende para Lutero: una nueva concepción de Dios (no abstracto sino concreto) y una nueva concepción del hombre (basado en la contraposición de ley y evangelio; letra y espíritu, obras y fe; falta de libertad y libertad”. [6]
El mensaje de Lutero fue muy claro: aunque el papa era el líder de la Iglesia, no era la máxima autoridad en cuestiones de fe. La autoridad definitiva era la propia palabra de Dios, tal y como estaba registrada en las Escrituras. Lutero mantenía que el magisterio y la tradición de la Iglesia no eran imprescindibles para alcanzar el verdadero conocimiento de Dios y la salvación. Por el contrario, el cristiano podía obviar esas aportaciones humanas –que, además, solían ser inexactas– y descubrir la verdad directamente en la Biblia.
Si bien es cierto que la idea y eventual práctica del sacerdocio de todos los creyentes no surge con Lutero, tampoco deja de ser cierto que:
En la misma doctrina de la justificación por la Fe halló la base para una solidaridad inalterable de los cristianos entre sí que hacía imposible la división tradicional entre “eclesiásticos” (los clérigos) y “seculares” (los laicos). [7]
Lutero afirma: “Acaso te preguntes qué diferencia hay entre los sacerdotes y los laicos en la cristiandad, sentado que todos los cristianos son sacerdotes. La respuesta es la siguiente: Las palabras “sacerdote”, “cura”, “eclesiástico” y otras semejantes fueron despojadas de su verdadero sentido al ser aplicadas únicamente a un reducido número de hombres que se apartaron de la masa y formaron lo que ahora conocemos con el nombre de “estado sacerdotal”. La Sagrada Escritura no hace diferencias entre cristianos, sino que sólo distingue los sabios y los consagrados que reciben el nombre de “ministri”, “servi”, “oeconomi”, que significa: servidores, siervos y administradores, y cuya misión consiste en predicar a los demás a Cristo y sobre la fe y la libertad cristiana. Aunque todos seamos iguales sacerdotes, no todos podemos servir, administrar y predicar. Así dice San Pablo: “Queremos ser considerados por los hombres únicamente como servidores de Cristo y administradores del Evangelio”. [8]
Lo que Lutero logra con su propia experiencia, no es más que recuperar una de las más antiguas enseñanzas bíblicas: el sacerdocio amplio, universal de cada creyente (Éxodo 19:6).
Este concepto es repetido en 1 Pedro 2: 5–10 y Apocalipsis 1:6 y 5:10. En el pasaje en Pedro, la iglesia como el nuevo pueblo de Dios, es comparada a un edificio espiritual donde todos son sacerdotes.
Los sacrificios ofrecidos ya no son holocaustos de animales sino sacrificios espirituales y morales de devoción a Dios (Romanos 12:1), incluyendo el sacrificio de la alabanza (Hebreos 13:15) y del servicio a los demás. (Hebreos 13:16)
En este pasaje, igual que en Éxodo, el sacerdocio tiene una función misional: “real sacerdocio…para anunciar las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”. (Versículo 9)
La iglesia universal es mediadora entre Dios y el mundo. Los versículos en Apocalipsis reflejan la misma idea. (Apocalipsis 1:6).
Una cosa es muy clara en el Nuevo Testamento, en ningún lugar un ministro o anciano, es llamado sacerdote. El único sacerdote es Jesús.
Bíblicamente, todo cristiano es sacerdote por el solo hecho de ser cristiano. La Iglesia es un pueblo de sacerdotes, todos sus miembros han sido consagrados al servicio de Dios.
Se un sacerdote para Dios:
Uno que solo tiene la Palabra como única autoridad para todos los asuntos de la fe y práctica.
Uno que reconoce que ha sido salvo y rescatado de la ira de Dios solo por Su gracia.
Uno que ha sido justificado por fe.
Uno que reconoce a Jesucristo como el único y sumo sacerdote.
Uno que da toda la Gloria a Dios.
MIGUEL DARINO es pastor hispano en Purpose Church Pomona (Comunidad Esperanza), profesor Adjunto del Departamento de Ministerio y del Departamento de Teología y Ética de Azusa Pacific Seminary, autor del libro “La Adoración: Primera Prioridad” (Casa Bautista de Publicaciones). Estudió en el Instituto Bíblico Buenos Aires (B.Th), y en el American Baptist Seminary of the West (M.A.P., M.Div. y D.Min.)
*Articulo publicado originalmente en la primera edición de la revista “Nuestra Jornada”.